Llegué a Níjar buscando respuestas y resulta que he
encontrado nuevas preguntas. Llegué intentando resolver mis inquietudes y
resulta que a cada paso que daba me topaba con una nueva sorpresa. Llegué
intentando ser luz, pero además he sido iluminada.
Es difícil explicar a través de la palabra sentimientos tan
intensos como los que he vivido esta semana, pero voy a hacer lo posible por
compartirlo con vosotros, y que todas las historias, heridas y esperanzas
palpadas estos días no se queden únicamente en mí ni en mis amigos.
Lo primero que te
sorprende cuándo llegas a San Isidro es la gran la gran cantidad de población
inmigrante. Es como si te movieras en un trocito de África dentro de España.
Como si África viviese en ti.
Normalmente cuándo llegas a una experiencia de este tipo
tienes el “chip” cambiado y vas dispuesto a dar lo mejor de ti en los días que
vayas a estar compartiendo la vida con las personas que te encuentres en el
camino. Intentas desvivirte en los pequeños detalles, y sacar lo mejor que sabes
que llevas dentro. Intentas regalar tus
manos, tus palabras, tu trabajo.
Yo llegué con esa actitud a Almería: dar, dar, dar… Pero a
medida que fueron pasando los días me di cuenta de que mis esquemas cambiaban y
surgían en mí muchas preguntas, cuestionamientos, interrogantes, promesas,
sufrimientos…
La inmigración es una realidad que independientemente del
sitio al que pertenezcamos la mayoría podemos tener muy cerca. Pero en muy
pocas ocasiones profundizamos en ella. En este mundo en el que vivimos, siempre
con prisas, egoísta, con la mirada llena de muchas cosas que ensucian el alma,
no somos capaces de pararnos a mirar los ojos de nuestros hermanos y
preguntarnos como se llaman, por qué son como son, qué les mueve, cuál es su
familia, de dónde vienen... Esta falta de interés, de empatía, de amor, nos
lleva a pasar por la vida de puntillas, a no saber reconocer al que vive a mi
lado como un hermano, a no amar ni servir como espera Jesús de nosotros.
Pero como Dios siempre quiere hacer con nosotros las cosas
bien nos brindó la oportunidad de no pasar de largo por esta experiencia y
quedarnos en lo más superficial: haber hecho una buena obra. Él ha querido
cuestionarnos, crear sentimientos en nosotros, a veces contradictorios (alegría, indignación, enfado, impotencia,
amor, dolor…). Por eso nos regaló la posibilidad de hablar con los morenos, con
los inmigrantes, y compartir la vida de tú a tú, como hermanos, sin establecer
barreras de ningún tipo, sintiéndonos en verdadera fraternidad. Yo me
interesaba por saber cómo vinieron a España, cuánto tiempo llevaban aquí, en
qué condiciones vivían, como era su familia, que esperanzas e ilusiones
tenían…Y ellos a su vez me preguntaban a mí que estudiaba, porque yo siendo
joven estaba allí pasando con ellos la semana santa, como se llamaban mis
hermanos, qué quería ser en un futuro.
Muchas veces sus respuestas provocaron en mí olas de
impotencia y dolor al ver el sufrimiento que habían tenido que pasar, al ver y
palpar las condiciones en las que vivían, al escuchar como para muchas personas
el dinero es más importante que la dignidad. Me descoloca la idea de vivir en
una sociedad en la que la posesión de unos papeles sea más importante que la
vida de una persona. Me descoloca, entristece y cuestiona. Me hace moverme,
interesarme, preguntarme qué estoy haciendo yo para luchar contra esto, que
puedo hacer por mejorar el mundo en el que vivimos, con muchas cosas buenas y
maravillosas, pero tan cuestionables tantísimas veces…
Una imagen que se me quedará grabada siempre fue una mañana
que fuimos a pintar y ayudar a limpiar la “casa” de un moreno. Si se puede
llamar casa, porque dudo que pueda convertirse en un hogar. Mi hermano, mi
prójimo vivía en una cochinera, sí, en un sitio donde hacía poco tiempo había
estado viviendo un animal. Pero no solo él, sino cuatro morenos más. Esto te
descoloca porque comprendes que este mundo no es lo que tú quieres que sea, no
es lo que buscas construir desde el evangelio.
Pero no todo se quedo en dolor e impotencia…he descubierto
mucha FUERZA Y ESPERANZA. La sonrisa de los morenos y sus ilusiones me han
cuestionado aún más si cabe que sus heridas. Me llevo una lección de vida
enorme, que pienso que nadie me podía haber dado tan bien como lo han hecho
ellos y las hermanas mercedarias, que además de ser auténticas, me enseñan esa
cara de la Iglesia que tanto me gusta: una Iglesia pobre, servidora, entregada
a los más débiles.
Cuándo les pregunté a algunos morenos si a pesar de todo
seguían teniendo esperanza, sus respuestas fueron inmediatas y todos
coincidían: Claro que sí, la esperanza siempre hay que tenerla. Esa fuerza solo
la da Dios, estoy convencida de que Él vive
con ellos y en ellos. Me hizo plantearme muchas cosas de mi vida.
Nosotros tan tiquismiquis, tantas veces tan superficiales, que nos desanimamos
por cosas que realmente tienen fácil solución. Que damos importancia a lo
material y no a lo de dentro. Que nos quejamos, y quejamos…y no valoramos lo
que la vida nos regala, lo que Dios nos quiere.
Otra cosa que espero no olvidar son sus sonrisas, siempre
presentes, siempre latentes. Que a mí me servían y espero que me sirvan todos
los días de mi vida de impulso, de fuerza. Esas sonrisas tan maravillosas y
bondadosas. Que también me hicieron entender que el dolor vivido desde el amor
puede llevarnos a sacar siempre lo mejor de nosotros mismos. Que tras el
sufrimiento, Dios aparece como una esperanza que enamora.
Tuve la suerte de dar con mi amiga María, una mañana clases
de español, y me sorprendió las ganas que tenían de aprender, de conocer…pero
me sorprendió más lo poco que valoro muchas veces la oportunidad que tengo de
formarme y de estudiar, de conseguir ser aquello que me llevará a entregarme a
los demás. No quiero pasar de puntillas por este mundo, quiero implicarme de
verdad con los que sufren.
Creo que mi experiencia ha sido muy acorde a lo que debe
vivir todo cristiano en semana santa: ganas de construir un mundo basado en el
amor y en el servicio, dolor al toparme de frente con una realidad tan llena de
cruces, y por último, Alegría y esperanza al comprobar las cosas que aún quedan
por hacer, las ilusiones y las promesas que brotan de nosotros.
La felicidad está dentro de ti. La cosa es donde quieras
buscarla. El mundo depende de ti. La cosa es el color del que quieras pintarlo.
Yo solo puedo deciros que he descubierto mi felicidad esta semana, y que no
está nunca donde la sociedad y los medios nos dicen. Que es algo mucho más
profundo, más hermoso, más grande. Que solo en tu corazón y en el compartir con
los otros podrás encontrarla. Al menos eso es lo que he ido descubriendo a lo
largo de mis años…
Solo os digo que he abierto los ojos y he comprendido: SI
ELLOS TIENEN ESPERANZA YO NO PIENSO PERDERLA. GRACIAS.
Por BELEN MARCOS