domingo, 31 de marzo de 2013

Id y ANUNCIAD por el mundo...


Llegué a Níjar buscando respuestas y resulta que he encontrado nuevas preguntas. Llegué intentando resolver mis inquietudes y resulta que a cada paso que daba me topaba con una nueva sorpresa. Llegué intentando ser luz, pero además he sido iluminada.

Es difícil explicar a través de la palabra sentimientos tan intensos como los que he vivido esta semana, pero voy a hacer lo posible por compartirlo con vosotros, y que todas las historias, heridas y esperanzas palpadas estos días no se queden únicamente en mí ni en mis amigos.

Lo primero que  te sorprende cuándo llegas a San Isidro es la gran la gran cantidad de población inmigrante. Es como si te movieras en un trocito de África dentro de España. Como si África viviese en ti.

Normalmente cuándo llegas a una experiencia de este tipo tienes el “chip” cambiado y vas dispuesto a dar lo mejor de ti en los días que vayas a estar compartiendo la vida con las personas que te encuentres en el camino. Intentas desvivirte en los pequeños detalles, y sacar lo mejor que sabes que llevas dentro.  Intentas regalar tus manos, tus palabras, tu trabajo.

Yo llegué con esa actitud a Almería: dar, dar, dar… Pero a medida que fueron pasando los días me di cuenta de que mis esquemas cambiaban y surgían en mí muchas preguntas, cuestionamientos, interrogantes, promesas, sufrimientos…

La inmigración es una realidad que independientemente del sitio al que pertenezcamos la mayoría podemos tener muy cerca. Pero en muy pocas ocasiones profundizamos en ella. En este mundo en el que vivimos, siempre con prisas, egoísta, con la mirada llena de muchas cosas que ensucian el alma, no somos capaces de pararnos a mirar los ojos de nuestros hermanos y preguntarnos como se llaman, por qué son como son, qué les mueve, cuál es su familia, de dónde vienen... Esta falta de interés, de empatía, de amor, nos lleva a pasar por la vida de puntillas, a no saber reconocer al que vive a mi lado como un hermano, a no amar ni servir como espera Jesús de nosotros.

Pero como Dios siempre quiere hacer con nosotros las cosas bien nos brindó la oportunidad de no pasar de largo por esta experiencia y quedarnos en lo más superficial: haber hecho una buena obra. Él ha querido cuestionarnos, crear sentimientos en nosotros, a veces contradictorios  (alegría, indignación, enfado, impotencia, amor, dolor…). Por eso nos regaló la posibilidad de hablar con los morenos, con los inmigrantes, y compartir la vida de tú a tú, como hermanos, sin establecer barreras de ningún tipo, sintiéndonos en verdadera fraternidad. Yo me interesaba por saber cómo vinieron a España, cuánto tiempo llevaban aquí, en qué condiciones vivían, como era su familia, que esperanzas e ilusiones tenían…Y ellos a su vez me preguntaban a mí que estudiaba, porque yo siendo joven estaba allí pasando con ellos la semana santa, como se llamaban mis hermanos, qué quería ser en un futuro.

Muchas veces sus respuestas provocaron en mí olas de impotencia y dolor al ver el sufrimiento que habían tenido que pasar, al ver y palpar las condiciones en las que vivían, al escuchar como para muchas personas el dinero es más importante que la dignidad. Me descoloca la idea de vivir en una sociedad en la que la posesión de unos papeles sea más importante que la vida de una persona. Me descoloca, entristece y cuestiona. Me hace moverme, interesarme, preguntarme qué estoy haciendo yo para luchar contra esto, que puedo hacer por mejorar el mundo en el que vivimos, con muchas cosas buenas y maravillosas, pero tan cuestionables tantísimas veces…

Una imagen que se me quedará grabada siempre fue una mañana que fuimos a pintar y ayudar a limpiar la “casa” de un moreno. Si se puede llamar casa, porque dudo que pueda convertirse en un hogar. Mi hermano, mi prójimo vivía en una cochinera, sí, en un sitio donde hacía poco tiempo había estado viviendo un animal. Pero no solo él, sino cuatro morenos más. Esto te descoloca porque comprendes que este mundo no es lo que tú quieres que sea, no es lo que buscas construir desde el evangelio.

Pero no todo se quedo en dolor e impotencia…he descubierto mucha FUERZA Y ESPERANZA. La sonrisa de los morenos y sus ilusiones me han cuestionado aún más si cabe que sus heridas. Me llevo una lección de vida enorme, que pienso que nadie me podía haber dado tan bien como lo han hecho ellos y las hermanas mercedarias, que además de ser auténticas, me enseñan esa cara de la Iglesia que tanto me gusta: una Iglesia pobre, servidora, entregada a los más débiles.

Cuándo les pregunté a algunos morenos si a pesar de todo seguían teniendo esperanza, sus respuestas fueron inmediatas y todos coincidían: Claro que sí, la esperanza siempre hay que tenerla. Esa fuerza solo la da Dios, estoy convencida de que Él vive  con ellos y en ellos. Me hizo plantearme muchas cosas de mi vida. Nosotros tan tiquismiquis, tantas veces tan superficiales, que nos desanimamos por cosas que realmente tienen fácil solución. Que damos importancia a lo material y no a lo de dentro. Que nos quejamos, y quejamos…y no valoramos lo que la vida nos regala, lo que Dios nos quiere.

Otra cosa que espero no olvidar son sus sonrisas, siempre presentes, siempre latentes. Que a mí me servían y espero que me sirvan todos los días de mi vida de impulso, de fuerza. Esas sonrisas tan maravillosas y bondadosas. Que también me hicieron entender que el dolor vivido desde el amor puede llevarnos a sacar siempre lo mejor de nosotros mismos. Que tras el sufrimiento, Dios aparece como una esperanza que enamora.

Tuve la suerte de dar con mi amiga María, una mañana clases de español, y me sorprendió las ganas que tenían de aprender, de conocer…pero me sorprendió más lo poco que valoro muchas veces la oportunidad que tengo de formarme y de estudiar, de conseguir ser aquello que me llevará a entregarme a los demás. No quiero pasar de puntillas por este mundo, quiero implicarme de verdad con los que sufren.

Creo que mi experiencia ha sido muy acorde a lo que debe vivir todo cristiano en semana santa: ganas de construir un mundo basado en el amor y en el servicio, dolor al toparme de frente con una realidad tan llena de cruces, y por último, Alegría y esperanza al comprobar las cosas que aún quedan por hacer, las ilusiones y las promesas que brotan de nosotros.

La felicidad está dentro de ti. La cosa es donde quieras buscarla. El mundo depende de ti. La cosa es el color del que quieras pintarlo. Yo solo puedo deciros que he descubierto mi felicidad esta semana, y que no está nunca donde la sociedad y los medios nos dicen. Que es algo mucho más profundo, más hermoso, más grande. Que solo en tu corazón y en el compartir con los otros podrás encontrarla. Al menos eso es lo que he ido descubriendo a lo largo de mis años…




Solo os digo que he abierto los ojos y he comprendido: SI ELLOS TIENEN ESPERANZA YO NO PIENSO PERDERLA. GRACIAS.








Por BELEN MARCOS