domingo, 21 de abril de 2013

En un lugar entre dos hemisferios


A una semana de cumplir 6 meses desde que llegué a Santo Domingo de los Tsáchilas (Ecuador), me siento a compartir un poco algunas pinceladas de lo que está suponiendo esta experiencia en mi vida como voluntaria en Fe y Alegría.

Han sido muchas las etapas que he pasado, y estoy segura de que en la que me encuentro ahora no será la definitiva. Cada mes ha tenido su idiosincrasia, su propia introducción-nudo-desenlace, y darme cuenta de ello me hace sentirme quizás un poco más viva, viviendo un proceso personal que está en constante desarrollo.

Las primera semanas estaba un poco en “estado de shock normalizado” jajaja Digamos que no me creía que estaba aquí, y la solo idea de pensar que iban a ser 12 meses me causaba cierta inseguridad (no sabía si sería capaz). En esos días me ocurrió algo con lo que no contaba: cuando mi sensación de pequeñez, de “no poder” se hacía fuerte, más notaba la fuerza de la oración de tanta gente que estaba pidiendo por mi, era como si sus oraciones me recargaran y me dieran lo que me faltaba para poder llevar los días sin decaer. Nunca había sentido eso, y os aseguro que rozaba casi lo mágico.

Al paso de un tiempito fueron viviendo otras palabras que dieron nombre a mi vivencia y en todo me ha acompañado Ana, voluntaria de Sevilla con la que comparto mi vida sin resquicios. No hay pensamiento, inquietud, alegría que tengamos que no pongamos en medio de la comunidad que hemos formado. Crecemos juntas, y cada una aporta algo distinto. Ambas decidimos que esta experiencia fuera un año dedicado en exclusividad a Dios y eso ha llenado la experiencia aún más. Con ella practico la comunidad de bienes, nos formamos juntas en cuestiones de fe, buscamos otras congregaciones y ONGs en el país,…

Juntas también hemos ido cuestionándonos en todo momento nuestro “estar” en Ecuador, y muchas veces me he sentido como si estuviera en tiempo de la colonia española, cuando nuestros antepasados llegaron a estas mismas tierras creyendo tener posesión de la verdad. Esa mirada a veces crítica que he tenido ha hecho daño a mi experiencia pero me ha hecho madurar, y es que cuando uno va a hacer un servicio a otro país, no pensemos que va solo con lo bueno de esa persona, sino que uno carga en su mochila toda la complejidad de su “yo”. No me bajé del avión y me convertí en “super Pachi”, no. Me baje con todas mis pobrezas, con mi inmadurez, con mi ignorancia, y también con mis dones e ilusiones. Uno va con todo, y la gente te acoge con todo. Yo solo puedo estar agradecida porque me den este espacio, esta confianza, este hueco en sus proyectos educativos y en sus vidas.

Sigo en constante crecimiento, viendo en todo la oportunidad de un encuentro con este Padre Nuestro misericordioso, que camina conmigo, que cree en mí, mi Camino, Verdad y Vida. Ahora que aquí estamos empezando el curso escolar tengo una mirada llena de ilusiones por seguir construyendo, por fortalecer y cuidar los vínculos tan bonitos que tenemos con la gente, por aprender y apoyar el proyecto de inclusión de personas con discapacidad en el que participo, por encontrarle en nueva esquina, en nuevo rostro, en nuevo error, en una nueva lucha.

Sin duda esta experiencia está siendo a todos los niveles maravillosa. Alejada de romanticismos, está calando en mi vida de a poco. Supone un encuentro cara a cara conmigo misma, y mano a mano con el otro.

Decir que extraño muchísimo a mi familia claretiana y que en Ecuador he sentido una reafirmación en nuestro carisma y en mi Comunidad de María, pilares de mi vida.

Sin más, un abrazo muy fuerte y lleno de cariño desde lo que somos.
 


POR PAZ GONZALEZ-VALLARINO

martes, 2 de abril de 2013

O VIVIMOS PARA SERVIR O NUESTRA VIDA NO SIRVE PARA NADA


Níjar, ese mágico lugar al que he tenido la suerte de poder ir. Un pequeño rinconcito del mundo donde hay muchos inmigrantes que tienen sueños e ilusiones, una dura historia y muchas cosas que decir.

 La noche antes de partir no podía parar de hacerme preguntas sobre lo que iba a vivir y llegué allí a ciegas, no sabía lo que me esperaba. Tenía una pequeña idea por lo que me habían contado alguno de mis compañeros, pero nada más lejos de la realidad ya que una experiencia así solo puede comprenderse desde dentro.

Desde el primer día me dejé sorprender por Dios, que siempre tiene cosas maravillosas guardadas para nosotros, y efectivamente, a cada día que pasaba me sorprendía más y más y me iba llenando de luz y se iba mostrando en cada persona, tanto en las hermanas mercedarias como en los morenos, en cada gesto, en cada sonrisa...

Si tuviera que describir la experiencia con una palabra sería imposible, pues cada día me asaltaban un millón de emociones que muchas veces eran contrarias. Felicidad, tristeza, alegría, impotencia, frustración... Pero sin duda el amor era el sentimiento que más presente estuvo a diario.

Esta semana he comprendido lo que es el verdadero sufrimiento, el dolor de dejarlo todo atrás para comenzar una nueva vida sin saber lo que te espera. Los morenos, todos y cada uno de los que he conocido, me han dado una lección que jamás olvidaré, me han enseñado que a pesar de todos los obstáculos, hay que seguir luchando sin perder la esperanza ni la sonrisa, me han enseñado lo que es la fortaleza, la nobleza y la sensatez. Si todos ellos pueden mantener su sonrisa después de la dura historia que tienen, a nosotros nos debería dar vergüenza cada vez que nos quejamos por algo.

Uno de los días, tuvimos la gran oportunidad de poder profundizar en nuestra relación con los morenos, pudimos hablar de nuestras vidas, conversar como hermanos y pudimos conocer sus historias, los sueños y esperanzas que tenían, cómo se sentían, qué querían...y yo me sentí como si estuviera rodeada por mi familia, y en verdad así es. Ese día ha sido uno de los más especiales de mi vida y no puedo explicarlo sin mencionar a Dios. Sólo es posible que tengan esa fuerza, esas ganas y esa sonrisa por la presencia de Dios y allí podía sentirse, podía palparse en el ambiente la tristeza de lo que nos habían contado, pero también la felicidad que les brindaba el hecho de no perder la esperanza. Pero en mi corazón también sentía indignación por no comprender como una realidad así puede ser tan ignorada por la sociedad, hasta el punto de sacar beneficio de ella, sigo sin comprender cómo es posible que se explote y que se arranque la dignidad a estas personas tan admirables, tan nobles y de las que TODOS podríamos aprender algo. No comprendo cómo en tantas ocasiones se les niega algo tan evidente como el ser reconocidas como personas cuando todos somos miembros de un mismo cuerpo. Creo que un mundo en el que hay este tipo de problema no es un mundo que sea el mejor mundo que puede ser.

Jamás podré olvidar la gran complicidad que tuvimos, con la única diferencia del color de nuestras pieles. Tampoco olvidaré la alegría que transmiten al sonreír y esa fuerza que sacan de donde haga falta. Algo que también queda grabado en mi cabeza y en mi corazón es la increíble labor que realizan las hermanas mercedarias, un verdadero testimonio de amor y servicio, personas que entregan su vida, dignas de conocer y de admirar. Jamás olvidaré a estas personas ni este lugar, porque ya forman parte de mi.

Por último, decir que esta semana he sido plenamente feliz. He sido feliz con ropa vieja y apenas contacto con el exterior, y he sido feliz por servir y por amar. Esta semana me he sentido tremendamente amada por Dios, porque me ha regalado esta experiencia. Esta semana me han llenado de luz y yo he sido luz, me han llenado de felicidad y yo he regalado momentos felices. He sentido la felicidad en cosas tan pequeñas como pintar una pared, enseñar el abecedario, doblar ropa, cargar cajas o limpiar una casa en la que se que van a vivir personas que han luchado como nadie por ello. Esta semana he encontrado la felicidad en amar, en servir, en sentirme amada por Dios y en compartir con mis compañeros momentos de oración y sentimientos.  

Ahora solo puedo dar GRACIAS y decir que nuestra vida es el único evangelio que algunos pueden leer, por lo que aquí dejo mi testimonio .





POR: ANDREA RAPOSO